viernes, 24 de julio de 2009

Tanta conciencia

Sabía que sí, pero dudaba. De pronto, un segundo bastó para confirmar la naturaleza impostergable de aquel acto. Para
decidir “no más”. Para salvar de una vez por todas la brevedad que se cierne alrededor de un solo instante; y que, sumadas, estas brevedades conforman la existencia.

Un segundo apenas, para poner en la balanza los elementos del problema. Ordenarlos de acuerdo con su importancia, origen y posibles consecuencias. No fue fácil. Hubo que remontarse a la historia del planeta Tierra, a la filosofía de las ciencias. Que sopesar la teoría de Sistemas y las del legendario Darwin.

Más de una vez, sus razonamientos la habían colocado ante el mismo dilema.

En esta ocasión, nunca tanta conciencia había precedido a tan oportuno movimiento. Y llevándose la mano hasta la nuca, con un certero golpe, ejecutó ipsofacto al insistente y atrevido mosquito.

Letras de agua

III
¿Sentiste el frío de anoche? Estuve a punto de garabatear una hoguera, pero para quemar qué. ¿Esta hoja que somos y habitamos? La noche de ayer es de la magia, del pasado. Dicen que moléculas de ácido ribonucleico abrevando en el hipotálamo o en algún otro rincón de los sótanos del alma. Pero ya no más. Ya basta. No más ese estar rumiando las vivencias, que de tanto repasarlas se desgastan, se roen, se deshilachan.
La hoja de hoy es el presente. Déjame seguir inventando esta distancia-puente porque sea quizá, no sé, el único pretexto que nos une y nos separa.
Ahora hablo en voz baja. Algo hay en el aire que hace que te sepa cercana. Que me permite imaginarte reclinada, tal y como estarás ahora, sobre el lecho de estas letras de agua.

En estos momentos, hacia la parte superior izquierda, una parvada de pelícanos comienza a poblar esta cuartilla casi nueva.
Vuelan o planean. Se mueven, avanzan, la atraviesan.

Ahora tus ojos se deslizarán sobre estas palabras, y como antes, casi de forma involuntaria, habrás de transfigurar en imágenes el código de mis pisadas.
El viento comienza a soplar sobre la arena. Dentro de unos instantes, tus dedos habrán de internarse en el oscuro jardín de tus cabellos. Primero serena, con ese aire distraído de quien no se da cuenta. Porque claro dirás: Nada que eclipse la mirada. Después con fuerza, con enfado, comenzarás a peinarte la impaciencia, y como siempre, levantarás la ceja. Te estirarás el cabello y gritarás con fuerza: -No soples viento, las huellas. Y el viento se cruzará de brazos y creerá advertir un hermoso rubor en tus mejillas y en tus labios. Tú como siempre, sabedora de tu estratagema primera, murmurarás no sé qué cosas que nadie, jamás, comprenderá a ciencia cierta.

Lo que sigue es tu respiración y alguien como tú. Quizá tu misma, que aprende los últimos instantes de un paisaje que se apaga, que se muere: ola tras ola, letra por letra.
Ahora cierras los ojos como quien se concentra en hacer una réplica. Un clon que alimente a la memoria, y aquel paisaje, antes de morir, te habita, te penetra.
Ahora llevas todo un océano en la mirada. Un paisaje hecho de símbolos y besos y nostalgias. Un paisaje inventado por un alguien que desde el exilio te recuerda.
Durante días y noches enteras, has venido siguiendo estas huellas con forma de pies, con forma de letras. Algo te dice que estás cerca. Que estoy cerca. Que ni el exilio, ni nada distanciarnos pueda.

No veo la hora de regresar al Macrosistema Nereida.
No sé si ya lo dije, aunque tal vez lo dije:

Thalassia, eres el mar y no lo sabes, ¿lo recuerdas?

Letras de agua

II
No lo veo, pero del otro lado del Atlántico un Sol sin párpados le está creciendo al día. Pronto lo veremos.
Ahora me pregunto y te pregunto, ¿con qué garabatos habremos de poblar esta cuartilla?
Anoche sopló el viento tanto que derribó mis letras. Ni las mayúsculas se salvaron de rodar por tierra. No conseguí dormir ni construir un lugar en donde descansara mi cansancio. No pude y es que se me vino encima el gramatario, letra por letra.
¿Tú lo conseguiste? Más de una vez, desde mi insomnio, creí escuchar tu respiración jadeante, y con ella, el ir y venir de las olas que te habitan.
Tú eres el mar y no lo sabes. Te crece en el pecho y te desborda. Entonces creo que algo se rompe, vuela, se libera. Nos habita y nos recorre.

Letras de agua

I
Escribir es como caminar sobre la arena. Avanzas, y si volteas, ahí está tu huella, tu pisada recién puesta. Una parte de ti que imprimes y que observas, que abandonas y superas. Ahora me pregunto si ya me habrás descubierto. Si tus oscuros y vivaces ojos pueden adivinarme dentro del mar de esta caligrafía. Sí tu larga cabellera y tu nariz recta y tus cejas esbeltas...¡Aquí estoy Abre bien los ojos y mírame mirándote! Hoy he salido del mar para caminar sobre la arena-hoja, cuartilla que espera. Ayer no pude, hubo tormenta y cuando esto ocurre ya sabes, todo se voltea y las letras, por alguna descomposición osmótica se revientan. ¿Te ha tocado ver las burbujas que por la boca los peces liberan? Hay quienes dicen que es bióxido de carbono; que oxígeno –opinan otros. Pero no es cierto, son letras. Pero estábamos en que aquí estoy. Soy este caminito de tinta que voy dejando cuando escribo.
Y este soy yo que acaba de p a s a r c o r r i e n d o,
tropezando con estos moluscos casi letras.
Este
soy yo
bajando por
una escalera

Y tú una presencia-ausencia, una cazadora que sigue mis huellas, pero por favor detente, espera. La hoja está a punto de cerrar los ojos. Ha comenzado a acurrucarse para dormir la siesta. Poco a poco los párpados de la noche la ciegan. ¿Escuchas el silencio que se derrama de todas las cosas? Ahora dormita, se acomoda y creo que esta hoja por fin ha caído como la tabla que era. Oye, ¿me escuchas?
Te propongo una tregua. Ahora sólo dejemos que nuestros sueños se desaten o duerman.

Marcada Influencia

Estaba a punto de terminar la novela de ciencia-ficción cuando advertí que las cosas se habían salido de curso.
Un día, Thalassia, la heroína de mi historia, me preguntó que si yo era feliz, mientras intentaba frotarme la barbilla con un diente de león. Horrorizado le grité: —Thalassia, ¿de dónde sacaste esa planta? La novela se ubica en una ciudad anfibia ubicada en medio del mar. Además, ¡ahora deberías de estar trabajando en el mapa de haplotipos!
—Nada —repuso ella-. Si tiñe tu mentón de amarillo significa que estas enamorado y mi nombre no es Thalassia. Me llamo Clarisse McClellan. ¿No has visto al señor Montag?
—¿A quién? —pregunté desconcertado, pero ella se alejó sin prestar atención a mis palabras.
Dos días más tarde, mientras descendía de uno de los túneles antigravedad comentó —Ya no soporto al Titerote Nessus ni al Kzin.
Cuando traté de interrogarla se alejó corriendo. Sólo alcance a escuchar algo acerca de que tenía que verse con un tal Luís Wu.
—Luís ¿qué? —pregunté atónito. —Si lo vez dile que estaré en el Tiro Largo.

En otra ocasión, Enhalus, el estelar masculino de mi historia, debía referirse a los nichos ecológicos de nuestra ciudad inteligente. En su lugar, comenzó a suspirar por una tal Charity Jones y a llamar a “Orbi”, el ordenador biológico del Macrosistema Nereida, con el extraño nombre de Multivac.
—¿Qué está pasando aquí? —grité desconcertado. —Nada doctor —respondió Enhalus con voz melosa—. Sólo busco un verdadero amor.
Al cabo de un mes Thalassia había dejado de ser Clarisse para convertirse en Teela Jandrova Brown. Posteriormente en Lenina Crowne, Susan Calvin, Gloria Weston, Stilla, Miriota Koltz, Nell, Minha Garral, Bliss, Bayta y finalmente en Dors Venabili.
Por su parte, Enhalus pasó de ser Milton Davison, el buscador de amor, para sumergirse en un mundo de soledad y responder al nombre de Hal Bregg. Tiempo durante el cual sólo hablaba de betrización, parastática y de un supuesto viaje de 127 años de duración a bordo de una nave llamada Prometeo.

Una semana más tarde, Enhalus había vuelto a cambiar su nombre. En cuanto nos vimos profirió: -¡Sólo dame un día, un día es todo lo que te pido!
—Un día para qué Enhalus —lo interrogué, extrañado.
—Un día para encontrar el agua que tanto nos falta —respondió con ojos desorbitados—. ¡Un solo día bastará, créeme, ó dejo de llamarme Otto Lidenbrock.
—¿Otto qué? ¿De qué hablas Enhalus, acaso es una broma?

Por esos días aún no imaginaba la gravedad del problema. Me limitaba a completar cuartillas y a sortear los obstáculos que, el libre albedrío de mis personajes me imponía.
—No hay nada como crear personajes con vida propia —me repetía cada vez que me enfrentaba a una modificación involuntaria—. Está bien, pensaba, que sean ellos quienes escriban su propia historia.
Aunado a este principio democrático también estaba lo otro. Los editores. La entrega de los avances debía ajustarse al tiempo estipulado en el contrato: cada quince días un capítulo. De ahí que tampoco disponía del tiempo suficiente como para analizar las posibles consecuencias de la multi-personalidad de Enhalus y Thalassia.
Conforme transcurrían las semanas y los capítulos, Enhalus persistió en su afán de cambiarse de nombre. Al de Otto le siguieron los nombres de Bernard Max, Elstead, Ned Land, profesor Aronnax, Consejo y hasta el de Capitán Nemo, seguidos por el de Raych, Ebling Mis, Joanov Pelorat y un tal Golan Trevize quien no quería saber de hermafroditismo.
Finalmente, tras esta doble cascada de nombres y apellidos inventados por mis personajes, y mientras tecleaba los últimos renglones del último capítulo de mi novela de ciencia ficción, Enhalus dijo algo que me dejó helado.

Eran las cinco de la mañana. Me encontraba exhausto, pero con la emoción que puede experimentar un escritor que está a punto de concluir la novela de sus sueños. En esos momentos apareció Enhalus. Serio. Pensativo.
—Enhalus, amigo —grité emocionado— estamos a unas cuantas letras de terminar la novela —¿Qué te parece?

—Mi nombre es Hari Seldon y lo único que me interesa es la psicohistoria. Usted disculpe —me dijo en voz baja, mientras atravesaba de un lado a otro el monitor de la computadora.
—Enhalus, ¿acaso escuché bien?, ¿dijiste Hari Seldon? —pregunté, mientras sentía cómo se me helaba la sangre.
Y entonces aquella cascada de nombres...